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Resistencia

Resistencia: Toda resistencia se inscribe en un ‘dispositivo’, siempre. Saltando del concepto remitido y singular de ‘dispositivo’ al concepto general de sistema, estructura o totalidad (extraño: tres conceptos hoy en cuestión, en la mira de la pensée filosófica de izquierda), la resistencia juega su papel en el interior-exterior, en los bordes o en su núcleo (eso –que esté en el borde o en el centro, a fin de cuentas, es despreciable, no interesa), y es un papel ‘inscrito’, remitido, determinado. La resistencia puede ser pacífica o violenta, pero siempre es un nudo por el que la circulación del capital así como la superestructura político-policial del neoliberalismo, siguen pasando “como si nada”. La apelación eufórica a los “grupos de resistencia”, al concepto mismo de resistencia es un síntoma de la retirada del marxismo-leninismo en el capitalismo tardío. Por otra parte, la propia administración y desarrollo de las implicancias de este concepto en una izquierda no-leninista, como la de John Holloway en A.L. o Antonio Negri en Europa, es el síntoma de la incapacidad para enfrentar teóricamente el problema del poder de otra forma que no sea en el surgimiento de toda una teoría “alternativa” del poder que, en rigor, no tiene mucho de nuevo: tan sólo nubla o quita de vista el poder político como problema real, poniendo en el “centro” teórico, si se quiere, la des-centralización, diseminación de todo poder, en un plano de inmanencias, fuerzas y relaciones entre fuerzas.


Lamentablemente, que haya una articulación de las resistencias en cuanto resistencias es un proyecto absolutamente inútil y abstracto. Una resistencia sin vocación de poder es algo vacío e improductivo (no en el sentido de un “gasto” improductivo, sino de una improductividad política real, de una incapacidad para transformar la sociedad), toda vez que: a) no propone revolución alguna, privando a los procesos de esa fase en la que el todo es puesto en cuestión, en la que el asalto al palacio, el surgimiento de una verdadera dimensión orgiástica de la destrucción del presente y la suspensión del orden capitalista, son cosas fundamentales y b) relega el socialismo, el problema fundamental de un nuevo orden social, a segundo plano. El único proceso revolucionario verdadero es el que combina esta dimensión “gástrica” con la dimensión política de la “toma” de ‘un poder’ que existe, está: y que si no está, es necesario crearlo a toda costa (la dictadura del proletariado).


La imagen extraordinaria de las concentraciones populares en apoyo al gobierno de la Unidad Popular en medio de un mar de pequeños comerciantes vendiendo pernil, carne de vacuno y helados hablan de un proceso revolucionario ‘permanente’ en el sentido maoísta de la negación, la felicidad y la destrucción de la infelicidad existente (y no en el sentido trotskista de una progresión evolucionista ‘in-interrumpida’ de una locomotora proletaria). Por eso el gobierno popular allendista no fue, de ninguna manera, un proyecto de “resistencia” al capitalismo, una consumación del vanguardismo político, ni la “culminación” del proyecto keynesiano en Chile, como pretende G. Salazar: fue una auténtica interrupción, una interrupción dialéctica del capitalismo chilensis. De esa dimensión suspensiva e interruptora del modo de producción capitalista carece la teoría de la resistencia, servil al neoliberalismo en este sentido.


El problema no es, tampoco, el nivel de radicalidad de una resistencia. Una multitud radical de resistencias anti-capitalistas funciona bien mientras existe el capitalismo; su paradoja fundamental, y sintomática, es que no puede proponerse la superación del capitalismo efectivamente. En ese caso, dejaría de ser resistencia pura, y pasaría a engrosar la serie de aparatos ideológicos, partidos, movimientos que se disputan la hegemonía (en el seno de la ‘sociedad civil’, o, para ser más exactos: que disputan el poder-político). Debería, por consiguiente, ponerse a discutir sobre un “programa”, palabra que, parafraseando a Benjamin, hoy es vieja y fea, pero sigue siendo el enano capaz de articular una multiplicidad bajo un objetivo común. Cabría añadir aquí el enojo provocado en algunos académicos-militantes la recomendación que dio Fidel a las FARC de abandonar las armas. ¿Por qué tanto enojo con una recomendación sensata?, ¿Será que el romanticismo ético y poetizante deja caer su manto de oscuridad sobre la claridad política de los dirigentes revolucionarios del siglo XX, desde Lenin hasta el propio Fidel?, ¿No es esta la única forma que tiene de decir Fidel Castro a las FARC que están cayendo en la lógica de las resistencias y olvidando el problema fundamental de las consistencias del sistema capitalista y el devenir consistencia de toda resistencia sin vocación hegemónica? Después de todo, Marcos sí tiene que quitarse el pasamontañas para que, en vez de decir que su máscara es el gay, el indígena y el consumidor ‘afectado’, pueda haber una efectividad común; revolucionaria, que deje en segundo plano el humanismo poiético-poético y ético de la máscara y el pasamontañas, y pase a la cuestión fundamental del programa revolucionario, aunque deba cambiarlo todo de nombre.