Platonismo y materialismo, el viviente-inmortal
Antes de pasar al estudio de dos textos que exponen mejor la naturaleza de la hipótesis que estoy sosteniendo, quisiera enumerar algunos puntos generales, y bastante someros, de lo que quiero entender por “platonismo”: (1) La vida, para Platón, es siempre vida-política. No hay vida fuera de la ciudad, en el sentido de la bios. Esto es lo que más tarde retomará Aristóteles en su distinción entre bios y zoé, como distinción entre una vida-política, y una vida animal, o económica. Se podría decir que, entre las diversas manifestaciones del platonismo, está la de elevar la vida humana a una vida política, y no puramente económica. (2) La política no constituye la suma de las partes económicas del todo social. La política es la subversión de ese todo económico (tiránico, oligárquico, democrático etc.) en nombre de una organicidad política nueva. El ejercicio platónico es el de pensar esa organicidad, que no es teleológica, sino política: estructuralmente política, y humana. (3) El desorden en el que no hay garantía para la felicidad política de la polis constituye la injusticia. El demagogo es injusto, como el sofista, porque su inter-es es transformar la polís en objeto de su felicidad sensible: en objeto de su éxito económico. (4) La analogía entre anthropos y polis, entre hombre y ciudad, no del orden de una extrapolación “espejista”, como sostienen algunos lectores de
Crátilo-Fedro: el viviente inmortal
Lo que parece más llamativo del Crátilo es el clima de sarcasmos con el que trabaja. En efecto, Platón ahí expone una serie de opiniones respecto a la problemática de los nombres que, finalmente, resultan ser todas, una serie de tesis irónicas cuya función es auto-destruirse. La estrategia (Derrida y Althusser han hablado de estrategia en filosofía) que Platón utiliza en el Crátilo es la de ocupar el lugar del enemigo, hacer-se sofista para inducir al sofismo a un suicidio teórico digno. El diálogo comienza convocando a Hermógenes, quien considera que el nombre coincide con la cosa: tal o cual nombre es “exacto” producto del pacto y el concenso, de la convención y el hábito. El nombre es la unidad más pequeña del concepto. La referencia a Protágoras introducida en este diálogo por Platón tiene la finalidad de indicar cierta solidaridad de este convencionalismo con la frase protagórica; “el hombre es la medida de todas las cosas”. Tal afirmación implica una cierta concepción de las cosas como objetos sin esencia, y la introducción de un relativismo. Para Platón hay que establecer cierta firmeza. Aquí es donde Platón desarrolla su primera línea de argumentación (387a), que en resumidas cuentas, señala que: nombrar es una acción, y cada acción (cortar, quemar etc.) es realizada conforme a la naturaleza de la cosa. El nombre, por otra parte, es un cierto instrumento para “enseñar y distinguir la esencia”: nombrar es distinguir. El primero en nombrar es el nomothetes, legislador, y escoge un nombre naturalmente adecuado a cada objeto. El legislador, asimismo, obra conducido por la dialéctica. En este punto del diálogo Platón realiza un examen etimológico de múltiples palabras con el objeto de probar la teoría de la exactitud según la cual nombre-y-cosa coinciden, y por tanto, develar el nombre es develar la cosa. En esta develación: (1) Platón rechaza la idea de una potencia divina que haya “puesto” los nombres, adecuando a cada cosa un nombre naturalmente determinado, (2) burlándose de los sofistas, introduce la decisión como modo de intervenir en el discurso adversario, decisión burlesca que se encuentra ejemplificada en la arbitrariedad de las etimologías que trabaja Platón. Sin embargo (3) Platón aquí enuncia varias etimologías que tienen sesgos definitivos, o definitorios para la filosofía platónica: anthropos correspondería a aquel que “examina lo que ha visto”; psyché a porta (ochei) la naturaleza (psysis); soma (cuerpo) es la unión de sema (signo) y soma (prisión), es decir, cuerpo o soma como prisión-del-alma, una idea que reiterativa y fundamental en el Fedón. Entre otras etimologías arbitrarias que Platón trabaja en el Crátilo, estas si constituyen parte de su pensamiento. Lo que efectivamente está intentando demostrar Platón es la arbitrariedad del sofismo; cualquiera puede ser legislador en el caso de que la decisión sobre cada nombre sea la arbitrariedad potente de la etimología, en este caso, de un tipo de etimología irónica. Por otra parte, (4) en esta parte del texto Platón plantea que el nomothetes cometió un error: “los hombres de la remota antiguedad – dice Sócrates, que pusieron los nombres – lo mismo que los sabios de hoy – de tanto darse la vuelta buscando cómo son los seres, se marean y consecuentemente, les parece que las cosas giran y se mueven en todo lugar. En realidad, no juzgan culpable de esta opinión a su propia experiencia interior, sino que estiman que las cosas mismas son así” (411b-d). Lo más importante de este pasaje es que para Platón los hombres de la más remota antigüedad son una pura ficción, cuya función en el diálogo es la de introducir la metáfora del mareo. Dicha ficción se equipara con “los sabios de hoy”: los antiguos legisladores, tal como los sabios de hoy, es decir, los sofistas, se marearon y confundieron las cosas con su visión subjetiva de las cosas, que por lo demás, era una visión mareada, distorsionada de lo real.
La teoría que Platón recusa es una según la cual el nombre (onoma) es el Ser del que hay una investigación (ón hou masma estin), y que esa investigación conduce a
Como señalábamos arriba: Platón realiza un rodeo, se pone en el lugar del sofismo, ocupa sus métodos, pero no para oponérsele directamente, sino para salir de él. Para salir de sus supuestos y es más: salir de sus objetos de análisis; los nombres, el lenguaje, la retórica. Esta salida del ámbito de los nombres es una salida hacia el problema de la verdad. “¿Cuál será el más bello y claro conocimiento – pregunta Sócrates a Crátilo: conocer a partir de la imagen si ella misma tiene un cierto parecido con la realidad de la que sería imagen, o partiendo de la realidad, conocer la realidad misma y si su imagen está convenientemente lograda?” (439b); la pregunta hecha por Sócrates implica un nuevo concepto de la verdad en función de una separación, de una línea de demarcación entre dos niveles de conocimiento: un primer nievel que corresponde a la imagen (conocimiento sofístico) y un segundo nivel, que implica el conocimiento “de la realidad misma” (conocimiento filosófico). La conclusión platónica, sin embargo, no explica un método para conocer
El Fedro es un texto sobre la inmortalidad. La tesis propuesta por Derrida, según la cual el Fedro sería un diálogo sobre la escritura; que funda la teoría platónica del fármakon, de la escritura como remedio, y sin embargo, como remedio peligroso, y subversivo carente de padre, socava el lugar central que el concepto de “inmortalidad” ocupa en el Fedro. No estamos diciendo, claro, porque sería de mucha soberbia, que Derrida se haya equivocado. Se trata de un énfasis distinto. Creo que la idea de inmortalidad es lo central en el Fedro.
“Toda alma es inmortal porque aquello que se mueve siempre es inmortal” (245c). La inmortalidad del alma es trabajada también, como problema, en el Fedón. Aquí, lo que Platón quiere señalar es que lo propio de la inmortalidad es un principio ingénito: lo que se mueve a sí mismo es inmortal. El mito de las almas aladas señala la existencia de un lugar inmortal para el alma que ha caído hasta hacerse con un “cuerpo terrestre” que “parece moverse a sí mismo”. El alma que cae “se hace con un cuerpo terrestre (soma geinon) que parece moverse a si mismo (auto jauto dokun kinein) en virutd de la fuerza (dynamin) de aquella (ekeines)”. El alma que se vuelve soma geinon es “compuesto (eklethe), cristalización de alma y cuerpo (psyché kai soma palen)” y se llama “ser vivo y recibe el nombre de mortal (theneton)”. El nombre del inmortal (athanaton), en cambio, no puede razonarse con palabra alguna; no habiéndolo ni intuído ni viso (dióntes) nos figuramos a la divinidad como viviente inmortal; athanaton ti zoon (246c). La figura del viviente inmortal señala la posibilidad de advenir inmortal del propio viviente: este advenir inmortal no es un proceso teológico, sino político. Precisamente porque las almas se han ido “a pique”, han devenido cristalización de alma y cuerpo (psyché kai soma palen) no han visto
Los sofistas muestran lo malo como si fuese bueno, y lo bueno como si fuese malo. Este arte sofístico, reduce a las almas a las palabras. Reduce entonces a esa parte de inmortal que hay en cada humano, cristalización de cuerpo y alma, a la indeterminación poética de la vida-sin-aspecto, de la vida sin idean. El arte retórico-sofístico es el de subsumir las diferencias en una serie de semejanzas; “ser maestro en el arte de cambiar poco a poco” (262a). Platón no piensa las ideas como sistema de objetos, sino como sustracción participante, como producción de aspectos bajo los cuales el mundo ya no sea una serie infinita de semejanzas variables. La estructura de la idea es la de una cierta evasión del reino de las puras semejanzas diseminadas (pollaje) en el propio reino de esas semejanzas: la idea misma es una desemejanza en las semejanzas. El dialéctico, que trabaja con ideas, ordena pues la escena de la diseminación, que es persuasiva (y está al servicio del sofismo y la doxa), en función de una idea; de una Verdad Inmortal. Este orden no es la administración relativista de la materia induciendo semejanzas, sino la voluntad-deseo de
En el pasaje 275a, Platón señala que la escritura es un conocimiento exterior de la cosa (“no desde dentro”) que instaura el régimen de verosimilitud, y que no proporciona una sabiduría auténtica, interior, acerca de su objeto. La escritura es vástaga porque no posee dialéctica; está desprovista de la memoria del logos: “museos de palabras”, señala Platón, son los escritos que responden con el más altivo de los silencios. La sabiduría muerta, característica del saber exterior, verosímil y no verdadero, es lo que se presenta en la escritura: en ella, no hay subjetividad posible. Las palabras escritas “circulan por doquier” sin distinguir sujetos (275e), sin propiedad y sin pertenencia. Son, efectivamente, simulacros. Pero; ¿cuál es el carácter de este tipo de simulacro que es la escritura? Lo característico de la escritura es que “las palabras ruedan por doquier, igual entre los entendidos que como entre aquellos a los que no les importa en absoluto, sin saber distinguir a quienes conviene hablar y a quiénes no” (275e). Sin embargo, Platón abre la posibilidad de una escritura distinta, que el Fedro llama “discurso lleno de vida y de alma, que tiene el que sabe y del que el escrito se podría decir justamente que es el reflejo” (ton tou eidotos logon légeis, zonta kai émpsyjon, ou jo gregammenos eidolon an ti legoito dikaion); este discurso es una imagen del discurso lleno de vida y alma: gregammenos eidolon. A pesar de que los discursos no pueden prestarse ayuda a sí mismos (aunque sean gregammenos eidolon) hay un tipo de discurso-escrito que presta ayuda a la dialéctica, que es la práctica concreta (y polémica) del diálogo. Doble discurso del discurso escrito: por una parte, un discurso circulante, que reuda por todas partes sin padre, y sin saber a quién hablar, es decir, un discurso sin Sujeto, y por otra, un cierto discurso lleno de vida y alma que es el reflejo (y no sombra) de la dialéctica del diálogo: eso que Platón llama psyché, logos. Sin embargo, Sócrates aclara, y vuelve a recalcar que este discurso no supera el diálogo pues “mucho más excelente es ocuparse con seriedad de esas cosas, cuando alguien, haciendo uso de la dialéctica y buscando un alma adecuada, planta y siembra palabras con fundamento, capaces de ayudarse a sí mismas y a quien las planta” (276e); la palabra del diálogo es, en efecto, aquella que se presta ayuda a sí misma, que es dialéctica porque hace ingreso en su propia constitución polémica, y es Sujeto de sus propias respuestas. En otros caracteres, en la escritura, para Sócrates, esas palabras son “canales por donde se transmite, en todo tiempo, esa semilla inmortal (athanaton sperma), que da felicidad al que la posee en el grado más alto posible para el hombre”. La semilla-inmortal que porta el gregammenos eidolon sólo es puesta en acto por la vida, que lo lleva al grado más alto, el que “da felicidad” al hombre. Aunque el concepto de semilla inmortal, athanaton sperma, no aparece delimitado en el diálogo platónico, si es evidente algo: que la semilla, sperma, tiene potencia y fuerza, dynaton, habilidad, ikanon, para transmitir la inmortalidad, athanaton y que produce felicidad, eudemonian al hombre: la relación concreta entre techné, deseo de verdad, e inmortalidad, es la relación “dialéctica”, subjetivo-militante entre lo que está escrito y sin padre, y lo que la paternidad universal de la dialéctica intersubjetiva del diálogo es capaz de producir con el escrito: decir lo que aquello que estaba escrito no dice por sí. Extraer una consecuencia, sustraer, producir la subjetividad, polemizar; en resumidas cuentas, politizar el espacio teórico. No es que haya un discurso, por una parte, y una presencia anterior, por otra, sino que no hay presencia absoluta: lo absoluto es esa dialéctica que puede prescindir de cualquier escritura, o que, en otro caso, necesita del escrito que es reflejo del discurso “lleno de vida y alma” (zonta kai psychón) pero sólo con el fin de reactivar una y otra vez el inmortal: inmortal que es el hombre cuando es deseo de verdad, proceso de verdad o fidelidad a un aspecto, Idea. La semilla inmortal no es ella misma una parte del discurso escrito, sino la semilla que posibilita la inmortalidad y hace advenir esa parte del hombre que la metáfora del carro alado había tematizado en el alma antes de advenir compuesto y cristalización de alma y cuerpo, esa parte de inmortal. La primera potencia del discurso; la política de él, y de la dialéctica intersubjetiva – la militancia, que le adviene al hombre una parte de inmortal.
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